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martes, 13 de octubre de 2009

Copa del Mundo 1974. Alemania Federal 2; Holanda 1.

El Estadio Olímpico de Munich con 75.200 espectadores en sus gradas fue testigo de una de las finales de la Copa del Mundo más vibrantes de la historia. El colegiado inglés John Taylor se encargó de dirigir esta final, una final en la que dos conceptos diametralmente distintos de juego se veían las caras frente a frente. Como sucediera veinte años atrás, Alemania se enfrentaba a una selección que había enamorado por su fútbol, en la anterior ocasión fue la Hungría de los ‘mágicos magyares’ y en esta la Holanda del ‘fútbol total’. El otro gran atractivo del choque fue poder contemplar a dos mitos del fútbol frente a frente, ‘el flaco’ Cruyff y ‘el Kaiser’ Beckenbauer, o lo que es lo mismo, el cambio de ritmo, la personalidad, el talento, el gol y la inteligencia holandesa frente a la fuerza, la elegancia, la inteligencia y la arrogancia de un alemán inigualable. El choque tenía todos los ingredientes para pasar a los anales de la historia, como así fue, aunque es cierto que quizás Holanda no mantuvo el excelente nivel que había demostrado hasta ese momento, gran parte de culpa la tuvo el equipo dirigido por Schön.


Helmut Schön y Rinus Michels pusieron en liza a los siguientes onces:
Alemania Federal: Maier, Vogts, Schwarzenbeck, Beckenbauer, Breitner, Hoeness, Bonhof, Overath, Grabowski, Müller y Holzenbein.
Holanda: Jongbloed, Suurbier, Rijsbergen (de Jong, m. 68), Haan, Krol, Jansen, Neeskens, Van Hanegem, Rep, Cruyff y Rensenbrink (R. Van de Kerkhof, m. 46).

Podemos decir que el partido fue vibrante, y quizás de menos calidad de lo que habíamos esperado los que deseábamos que Holanda fuera campeona. El liderazgo de Beckenbauer en todas las parcelas del juego, la maraña defensiva de Alemania (Maier, Schwarzenbeck, Vogts y Bonhoff), jugaron un papel preponderante en esa parcela y su contundencia ofensiva con Müller y Hoeness como estiletes acabaron por neutralizar y cortocircuitar la superioridad del fútbol holandés. Un fútbol holandés que se las prometía muy felices cuando tras quince toques de los de Michels sin que ningún alemán oliese la bola, el balón llega a Cruyff, que entra en el área como un tiro y es zancadilleado sin remisión, penalti incuestionable que transforma Neeskens y que les pone de cara el partido a los dos minutos de juego. Todo hubiera seguido el guión trazado por el equipo holandés de no haber estado delante de un gran equipo alemán. Poco a poco la superioridad futbolística de un equipo y otro fue equilibrándose, hasta que la poderosa máquina germana logró hacerse con el control del partido. Fue entonces cuando en el minuto 23 Holzenbein pisó el área y fue derribado, penalti claro que se encargó de transformar dos minutos después Paul Breitner.
Para entonces Cruyff había desaparecido y Neeskens no podía conectar porque Bonhoff hacía su trabajo con gran solvencia. Llegados a este punto y con la velocidad y calidad de Overath, tan solo había que esperar a que el destructor alemán soltara su siguiente torpedo: Müller en el minuto 43 de partido en un espectacular movimiento de delantero centro puro mandaba el balón a la red de la meta defendida por Jongbloed. De esta forma Müller se convirtía en el máximo goleador en la historia de los mundiales al marcar su gol número 14.
En la segunda mitad dos futbolistas claves en Alemania como Bonhoff y Overath, acusaron un pequeño bajón físico, fue entonces cuando Holanda ‘quemó sus naves’ para hundir al destructor alemán, pero las ‘defensas alemanas’ representadas en primera persona por Vogts, que seguía neutralizando a Johan, Sepp Maier, que hizo paradas de gran mérito y de Schwarzenbeck que salvó un balón que ya se colaba, con el portero del Bayern batido, se encargaron de dejar indemne la línea de flotación del poderoso ‘navío alemán’. Holanda lo intentó y dejó al menos la estela de su gran fútbol aunque Cruyff estuviera ‘missing’ en gran parte del partido.
Al respecto Johan diría posteriormente: “esta final la he perdido yo solo”. Una vez neutralizado el ‘fútbol total’ el partido se convirtió en una ‘batalla futbolística’ en la que los alemanes eran superiores, o al menos 100% efectivos.La Mannschaft aumentaba su leyenda con las armas que siempre han caracterizado a su fútbol, una mezcla de potencia, calidad y competitividad que les ha llevado hasta el momento a ser ‘tricampeones’ mundiales. Además Franz Beckenbauer que previamente había perdido una final y había terminado tercero en 1970, levantó el nuevo trofeo que le consagraba como uno de los grandes jugadores de la historia. Por su parte Cruyff que fue perdedor pero ganador moral, escribía uno de los pocos borrones en su intachable carrera, aunque como todos sabemos y como se suele decir: ‘hasta Dios escribe recto pero con los renglones torcidos’.

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