
Helmut Schön y Rinus Michels pusieron en liza a los siguientes onces:
Alemania Federal: Maier, Vogts, Schwarzenbeck, Beckenbauer, Breitner, Hoeness, Bonhof, Overath, Grabowski, Müller y Holzenbein.
Holanda: Jongbloed, Suurbier, Rijsbergen (de Jong, m. 68), Haan, Krol, Jansen, Neeskens, Van Hanegem, Rep, Cruyff y Rensenbrink (R. Van de Kerkhof, m. 46).

Para entonces Cruyff había desaparecido y Neeskens no podía conectar porque Bonhoff hacía su trabajo con gran solvencia. Llegados a este punto y con la velocidad y calidad de Overath, tan solo había que esperar a que el destructor alemán soltara su siguiente torpedo: Müller en el minuto 43 de partido en un espectacular movimiento de delantero centro puro mandaba el balón a la red de la meta defendida por Jongbloed. De esta forma Müller se convirtía en el máximo goleador en la historia de los mundiales al marcar su gol número 14.
En la segunda mitad dos futbolistas claves en Alemania como Bonhoff y Overath, acusaron un pequeño bajón físico, fue entonces cuando Holanda ‘quemó sus naves’ para hundir al destructor alemán, pero las ‘defensas alemanas’ representadas en primera persona por Vogts, que seguía neutralizando a Johan, Sepp Maier, que hizo paradas de gran mérito y de Schwarzenbeck que salvó un balón que ya se colaba, con el portero del Bayern batido, se encargaron de dejar indemne la línea de flotación del poderoso ‘navío alemán’. Holanda lo intentó y dejó al menos la estela de su gran fútbol aunque Cruyff estuviera ‘missing’ en gran parte del partido.
Al respecto Johan diría posteriormente: “esta final la he perdido yo solo”. Una vez neutralizado el ‘fútbol total’ el partido se convirtió en una ‘batalla futbolística’ en la que los alemanes eran superiores, o al menos 100% efectivos.La Mannschaft aumentaba su leyenda con las armas que siempre han caracterizado a su fútbol, una mezcla de potencia, calidad y competitividad que les ha llevado hasta el momento a ser ‘tricampeones’ mundiales. Además Franz Beckenbauer que previamente había perdido una final y había terminado tercero en 1970, levantó el nuevo trofeo que le consagraba como uno de los grandes jugadores de la historia. Por su parte Cruyff que fue perdedor pero ganador moral, escribía uno de los pocos borrones en su intachable carrera, aunque como todos sabemos y como se suele decir: ‘hasta Dios escribe recto pero con los renglones torcidos’.
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