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lunes, 7 de diciembre de 2009

Los Magiares Mágicos.

Es difícil decidir cual ha sido el mejor equipo de la historia del fútbol ya que no sería justo comparar a equipos de diferentes épocas, pero a todos los amantes del fútbol nos vienen a la cabeza unos cuantos muy significativos. Brasil de 1970, el Madrid de Di Stéfano, El Inter de Helenio Herrera, el Ajax de Cruyff, etc. Todos ellos son equipos que han conseguido ganar títulos muy importantes, pero sería injusto no recordar a otros equipos que a pesar de no haber ganado nada, han conseguido algo mucho más importante, ser recordados por su gran fútbol. Un día, Marco Van Basten le preguntó a su por entonces técnico, Arrigo Sacchi porqué tenían que entrenar tan duro a pesar de ser los dominadores del fútbol de la época (finales de los 80, principios de los 90). Arrigo Sacchi le respondió con la siguiente frase “La victoria queda en los libros, pero la forma de conseguirla queda en la cabeza y en el corazón de la gente”.
Uno de esos equipos que ha quedado en los corazones de los que lo vieron jugar fue la selección húngara de mediados del siglo XX. Más conocida como “Los magiares mágicos” o “El equipo maravilla”, el equipo entrenado por Gusztav Sebe y capitaneado por Ferenc Puskas, maravilló a todos los aficionados al fútbol de la época.
Podría decirse que la selección húngara fue el primer gran equipo surgido después de la 2ª Guerra Mundial. Aunque ya alcanzaron la final del campeonato del mundo de Francia en 1938 (que perdieron 4-2 con Italia), su primer título lo consiguieron en lo Juegos Olímpicos de 1952 en Helsinki. Allí ganaron la medalla de oro, tras imponerse en la final a la selección de Yugoslavia. La mayoría de los componentes de esta selección pertenecían al Honved, el equipo del ejército húngaro. Un año después, concretamente el 25 de noviembre de 1953, Hungría logró uno de los mayores hitos en la historia del fútbol. En el que pasó a denominarse “El partido del siglo”, los húngaros consiguieron derrotar a Inglaterra por primera vez en su feudo, el mítico estadio de Wembley. El resultado fue escandaloso, nada menos que un 3-6 para los magiares, que dieron un autentico recital en la “cuna del fútbol”. Inglaterra, herida en su orgullo, pidió la revancha, que se celebró 6 meses después en Budapest. En esta ocasión los húngaros vencieron por un aplastante 7-1.
Tras sendas exhibiciones, Hungría se presentó al mundial de Suiza en 1954 como la gran favorita. En la primera fase derrotaron con claridad a Corea del Sur y Alemania por 9-0 y 8-3 respectivamente. En este último partido, frente a Alemania, se lesionó su gran figura y capitán Puskas, que no volvería a jugar en el campeonato hasta la final. Brasil fuel el rival de Hungría en cuartos. Lo que a priori debía ser un gran partido de fútbol, dadas las cualidades de los dos equipos se convirtió en un combate de boxeo. Este partido pasó a la historia como “La batalla de Berna”. Entre tanta violencia los húngaros consiguieron hacerse con el partido, 4-2, y disputar las semifinales contra los vigentes campeones, Uruguay. Dos cabezazos de Kocsis en la prórroga metían a Hungría en la final. Allí esperaba Alemania de nuevo. Y es en este partido donde comienza la leyenda del “rodillo alemán”. A los 10 minutos Hungría vencía por 2 a 0, goles de Puskas y Czibor. Nadie apostaba entonces por una remontada teutona. Bien, pues en el minuto 20, el partido se encontraba con un marcador de empate a dos goles. Hungría se volcó a la desesperada para intentar conseguir un gol que les diera el título, pero entre el árbitro, los postes y la mala puntería de sus delanteros, no lo lograron. Si lo logró Alemania por mediación de Rahn en el minuto 86. Ese gol daba el título a Alemania y dejaba con la miel en los labios a Puskas y los suyos.
Injusticias del fútbol, dirían algunos. Lo cierto es que el mejor equipo no ganó el título, pero se ganó el respeto y la admiración de la gente, que más de 50 años después les recuerdan como auténticos reyes sin corona, porque como una vez escribió Santiago Segurola “Al final, vale más lo que permanece en la memoria. Lo otro es un trofeo guardado en una vitrina.”

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