El Barcelona se enrreda en la telaraña italiana.

Se preveía un partido tenso entre el FC Barcelona y el Inter de Milán. Y así fue. No era para menos. Ambos equipos se jugaban el billete a la final del 22 de mayo en el Bernabéu. Las incendiarias declaraciones entre Mourinho, que tachaba al club catalán de "tener una obsesión por jugar la final del Bernabéu por su antimadridismo" y las de Laporta, que criticaba al entrenador portugués de "psicólogo de pacotilla", no eran más que el anticipo de lo que se iba a ver en el campo. También Piqué se sumó a la guerra de las declaraciones, pero no sabía que a lo mejor iba a ser él el que iba a odiar la profesión de futbolista tras el pitido final.
El Inter vino a Barcelona a jugar su partido: encerrarse atrás, aguantar los ataques del rival y aprovechar al máximo las pocas oportunidades que tuviesen. Sabía Mourinho que no iba a ser fácil el partido y planteó un equipo muy defensivo. Una línea de 4 zagueros con la presencia del rumano Chivu en el centro del campo aprovechando la lesión de Pandev en el calentamiento previo, para ayudar en tareas defensivas.
También hubo polémica. El árbitro belga expulsó en el minuto 28 a Thiago Motta de manera desproporcionada cuando este acarició la cara a Sergio Busquets. El Barça jugaba ahora contra 10 y la eliminatoria parecía accesible. Los jugadores del equipo italiano se replegaron bien atrás con Milito y Eto'o por las bandas y Sneijder un poco más adelantado. A raíz de la expulsión, empezaría el acoso del Barça y poco más hizo el Inter en ataque. Milito y Eto'o no tuvieron el protagonismo que se esperaba porque se centraron más en defender el resultado de la ida. Lo más destacable fue el excelente partido de la defensa italiana, que entre Samuel y Lucio y la ayuda de Cambiasso desbarataban cualquier acción de peligro. El Inter dio una clase magistral de cómo se debe defender un resultado.
El Barça no renunció a su estilo en su intento de remontar el 3-1 de la ida. Con un 3-4-3, Guardiola se la jugaba todo al ataque, con Pedro, Ibra y Messi. El abuso del Barcelona fue excesivo llegando a tener el 90% de la posesión de balón. Pero no acababa de convencer. Mucha posesión pero poco acierto de cara a puerta. Acertó Piqué en el 85 anotando el único gol del encuentro, quizás en fuera de juego. Pero poco más. El defensa fue el mejor de los catalanes y tuvo que ser él el que abriera el marcador, ya que Ibrahimovic pasó inadvertido y Messi no hizo de las suyas, salvo un tiro desde la frontal al que Julio César respondió de manera sobresaliente. Además, él solito pudo con los pocos ataques del equipo transalpino.
El Pep Team no jugó tan bien al fútbol como tiene acostumbrados. Ayer se notó cierto cansancio en la plantilla y falto de ideas. Si Xavi no despliega su fútbol, el Barcelona pierde brillantez y continuidad en el juego. Aún con un jugador más, el Barcelona lo tuvo bastante complicado porque los italianos acabaron el partido prácticamente con 7 jugadores en la línea defensiva. Iba a haber más polémica cuando el colegiado anuló un gol de Bojan en los últimos minutos por mano de Touré Yaya, que sumaba el segundo gol al marcador y suponía que el Barça jugase la final.
La tristeza de los seguidores blaugranas contrasta con la alegría de los italianos, especialmente la de José Mourinho, que saltó al campo con el pitido final a celebrar la clasificación. Los culés ven cómo pasan de ganar 6 títulos en una temporada, a celebrar uno si consiguen sumar más puntos que el Madrid en Liga. A ver si se recuperan de este varapalo. Pep y los barcelonistas se dieron cuenta de que aún dominando los 90 minutos, no siempre se puede ganar.

Comentario aparte merece el patético espectáculo dado por Jose Mourinho celebrando la victoria tal hooligan y no menos bochornoso fue la poca deportividad del Barcelona encendiendo los aspersores al finalizar el partido para aguar la fiesta a los milanistas.